Es común señalar a los desechos plásticos como principales responsables de la contaminación ambiental; sin embargo, poco se menciona el chicle, que, aunque tiene imagen de golosina, es plástico de un solo uso y se consume desde hace 175 años.
En su forma original, cuando es extraído de la savia del chicozapote, tarda hasta cinco años en degradarse, pero cuando se fabrica con material sintético, como cualquier otro plástico, genera los mismos problemas ambientales, calculándose su degradación en 1.600 años.
A mediados del siglo XX, México se ubicó a la cabeza de los países productores de chicle, logrando exportar, 8.165 toneladas de goma, pero en décadas posteriores, la venta del llamado “oro blanco” cayó estrepitosamente por la aparición de la goma de mascar derivada del petróleo, cuyo precio y disponibilidad, mantuvo esta tendencia hasta los años ochenta.
Polímeros no degradables, sustituyeron la resina del chicozapote (Manikara zapota), cuya obtención implicaba desangrar una ingente cantidad de árboles a través de un procedimiento excesivamente oneroso y cuyo producto no lograba abastecer la industria que debía atender la enorme demanda del mercado. El impacto sobre el ambiente no se hizo esperar, y la materia prima para la fabricación de chicles, pasó a ser considerada un “contaminante ambiental peligroso”, porque como cualquier otro plástico, este poder se lo da el modo en que el hombre lo desecha.
A la cabeza de los principales proveedores mundiales tanto de chicle orgánico como de goma sintética se encuentra México, con alrededor de 800 toneladas al año, destinadas a los mercados de Italia, Japón, Corea y Singapur. Por eso no resulta extraño que este país, sea el segundo consumidor de chicle en el mundo, después de Estados Unidos, con 200 gramos per cápita, más que todo en el segmento de adultos de entre 18 y 35 años.
Si tomamos en cuenta que en el mundo anualmente se consumen 250 toneladas de chicle, que más del 80% es desechado en la vía pública y que el látex natural o sintético del que está hecho no es biodegradable, se pude entender el problema que representa un chicle lanzado a las calles, estaciones, trenes y plazas, más cuando se adhiere firmemente a cualquier superficie.
Estas razones, han puesto en apuros a los gobiernos que, pese a que permiten su consumo, tratan de evitar por diferentes medios que sean tirados en las calles, afeen y contaminen los espacios urbanos, y que su retiro acarree costos millonarios (70 millones de euros anuales en Reino Unido). Y es que la remoción exige el uso de tecnologías de última generación como la criogenia (-79|°C), utilizada para limpiar los espacios públicos en Buenos Aires; o agua a presión a temperaturas superiores a 150°C, como fue el caso de Quito, a un costo de 20 centavos de dólar por chicle removido, que paradójicamente equivale a cuatro veces el costo de la golosina.
Reciclar chicles es una tarea difícil, pero países como Gran Bretaña y Holanda promueven a el uso de recipientes (Gummy bins) para este residuo, logrando reducir la presencia de goma de mascar en las calles entre 25% y 40%. Ricardo Jaral, director de conservación de espacios públicos en la ciudad de México, donde por cada metro cuadrado de sus aceras, se pueden encontrar 70 chicles en promedio, propone dos soluciones: “Cuando terminas de consumir el chicle, lo envuelves en un papel y lo tiras en un depósito de basura, es la única opción que existe, o que te lo tragues».
Singapur tomó medidas aún más extremas para lidiar con esta problemática. El primer ministro Goh Chok Tong promulgó en 1992 una ley que prohibía la fabricación, importación y venta de este producto, so pena de arrestos y multas de hasta 2.000 euros respectivamente. Esto, debido al uso que hacían los vándalos de la goma de mascar para dañar infraestructuras urbanas y su impacto en el funcionamiento del sistema de transporte recién inaugurado, a un costo de 5.000 millones de dólares. La restricción se levantó veinte años después, permitiendo únicamente la venta de chicles medicinales con receta médica.
Amsterdam, a través de su proyecto Gum Tec, ha encontrado la forma de reutilizar parte de los 3.3 millones de libras de goma de mascar recogida del pavimento de esta ciudad para fabricar GumShoe, zapatillas en cuya suela se utiliza 250 gramos de este desecho. También México a través de su campaña #Tira tu chicle al bote, y Reino Unido haciendo uso de contenedores para chicles usados, recolectan material suficiente para la fabricación de vasos, cubiertos, fundas para celulares, entre otros objetos utilitarios como un llavero y mini contenedores de chicles.
Pero el impacto del chicle desechado no es únicamente estético, sino que, en su proceso de degradación se desintegra yendo a parar a la atmósfera como polvo que transporta y disemina a través del aire, más de 10.000 tipos de hongos y bacterias de quien lo mascó, pudiendo causar enfermedades como la salmonelosis, la tuberculosis y el estafilococo. Para las aves pequeñas, los chicles lanzados a la calle pueden convertirse en un bocado mortal, debido a que confunden este desecho con alimento, y una vez tragado puede causar obstrucción en el intestino
El consumo de chicles se ha ido a la baja, desde la pandemia, aunque también han incidido otros factores que sorprenderían a cualquiera. El portal Euromonitor International, en un estudio realizado en 2007, culpa al IPhone y al Smartphone del descenso en 15% de las ventas de chicles en Estados Unidos: “Mascar chicle era una de las formas favoritas de la gente para pasar el rato y pensar que estabas haciendo algo. El iPhone ha llenado todos esos pequeños huecos de tiempo libre a lo largo del día.” Igualmente, la debacle la vincula con la disminución de los fumadores, quienes los usaban para refrescar el aliento. No obstante, Mordor Intelligence es optimista cuando visualiza que el mercado mundial de este rubro registrará una “tasa de crecimiento anual compuesta (CAGR) de 4.39% entre 2022 y 2027, lo cual es perfectamente factible debido a la capacidad de esta industria para reinventarse, creando nuevos sabores y nuevos formatos como los chicles de nicotina y los chicles sin azúcar. Todo esto mientras Japón se prepara a lanzar un chicle de sabor infinito, con base en un dispositivo “que produce descargas eléctricas en la lengua, generadas por el propio acto de masticar y que engañan a las papilas gustativas”. Tal vez así se rompa finalmente el ciclo de este plástico de un solo uso, al ser reutilizado en forma continua, algo que seguramente el ambiente se lo agradecerá…
© MSc. Luz Delia Reyes Plazas
Periodista y Educadora ambiental